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Ю.А. Милоградова
Después de muchos días de viaje, llega Juanillo a un pueblo y ve que los hombres corren por las calles, se suban a los tejados de las casas y se lanzan desde allí para ponerse los pantalones, que otros amigos sostienen abiertos.
“¡Estos sí que son tontos! – exclama Juanillo —. ¡Saltan del tejado para caer dentro de los pantalones!”
– ¿Qué hacen ustedes? – pregunta.
– No ves que nos estamos vistiendo – contesta uno.
– ¡Pero pueden caerse!
– Algunos se caen pero el suelo está blandito.
– ¿Y por qué hacen esta tontería?
– ¡Cómo tontería! ¿Tú no te pones los pantalones del mismo modo? – dice otro, abriendo grandes ojos de admiración.
– ¡Claro está que me los pongo de otra manera! – contesta Juanillo, muy ufano de su inteligencia.
– ¿Se los pone de otra manera este forastero? – gritan —. A ver si nos enseña esa manera tan prodigiosa.
– Por mil duros me comprometo a enseñarles a ponerse los pantalones sin necesidad de subirse al tejado como los gatos – ofrece Juanillo.
– ¡Aceptamos! – dicen en coro.
Juanito el Simple, con toda sencillez se quita y se pone los pantalones. Los señores gritan de alegría.
– ¡Viva nuestro salvador! – dicen.
Contento, sigue su camino el vagabundo.
“¡Grandísimos idiotas! – dice —. ¡Y pensar que a mí me tienen por tonto en mi tierra!”
Después de tres días llega a otro pueblo. En la plaza muchos hombres ponen cestas al sol, las cierran cuidadosamente y luego entran en la iglesia donde las abran y vuelcan.
– ¿Quieren decirme que hacen ustedes? – pregunta Juanillo.
El que parece ser el jefe de todos contesta:
– ¡Poquita cosa! Tenemos una iglesia muy oscura, y desde hace diez años estamos cogiendo sol para entrarlo en ella; usted ve que todavía no tenemos ni un rayito!
– ¡Es posible! – exclama nuestro tonto —. Yo les prometo iluminar la iglesia.
– ¡Imposible! – exclama el jefe —. ¿Es usted brujo?
Los señores del pueblo se miran unos a otros con desconfianza.
– ¿Quieren o no quieren? – dice Juanillo con impaciencia.
– ¡Y si nos engaña usted!
– ¡Me dan una paliza por ser más tonto que ustedes! – contesta Juanillo —. Pero antes me dan mil duros.
Juanillo coge un pico y abre una ventana en la pared de la iglesia; la luz entra en ella y el pueblo, entusiasmado, paga los mil duros al joven mago.
– Es imposible encontrar la gente más necia – dice Juanillo saliendo del pueblo —. Llevo dos mil duros, he comido bien y puedo probar en mi tierra que hay tontos más tontos que yo.
Ahora cree que tiene un talento y va cantando canciones alegres:
Y así llega a otra aldea escondida en la montaña. Es domingo y va directamente a la iglesia a oír misa. Las calles están desiertas pero la iglesia está llena de gente.
“¡Muy devotos son los que viven en esta aldea!” – piensa.
Pero termina la misa y la gente no se mueve.
– ¿Tienen la costumbre de pasar todo el día domingo rezando? – dice a media voz.