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Ю.А. Милоградова

– Bueno, señor, pues, si lo desea usted, mañana se la traeré.

El buen hombre se despide del gigante, que le da un bolsillo de dinero tan lleno como los anteriores y se va para su casa a decir a su segunda hija el deseo de su hermana. Al otro día se presenta el gigante y dando otro bolsillo de dinero al leñador, se va con la segunda hija. Cuando están en su palacio, le dice a ella:

– Mira, no debes preguntar por tu hermana, porque la he matado yo por desobedecerme, y lo mismo haré contigo si no haces lo que te mando. Pero si me obedeces, serás feliz conmigo. Yo pasaré fuera de casa todo el día y solo vendré por la noche. Si tienes hambre o sed o quieres algo, puedes pedirlo y en seguida tendrás cuanto desees…

Le entrega el anillo y la llave y le dice que la única condición es que no debe abrir el cuarto de cuya puerta es aquella llave. Y se va.

Pasa el día viendo el palacio y la mano negra aparece, sin saber cómo, ni por dónde, y le da todo lo que ella pida y después desaparece. Viene el gigante, le pregunta si ha hecho lo que él ha mandado, le mira el anillo y está muy contento y cariñoso con ella.

Pero cuando se queda sola la joven, que ha pasado todo el día anterior muerta de curiosidad, tiene el mismo deseo que su hermana de ver que hay en este cuarto misterioso que no puede mirar. Ella también se dice:

– Nadie se lo podrá decir. Voy a ver lo que tiene en ese cuarto. Estaré un momento y me saldré en seguida.

Y dicho y hecho. Va al cuarto, lo abre, y le sucede lo mismo, lo mismo que ha sucedido a su hermana. Se inclina horrorizada al pozo, se le caye la sortija, logra cogerla con mucho trabajo pero está manchada de sangre. Quiere limpiarlo pero la mancha de sangre brilla cada vez más. Viene el gigante, ve su cara pálida, le mira la sortija y exclama, dando muchos gritos:

– ¡Ah! ¿has entrado en el cuarto? ¡Te lo he prohibido! Pues tendrás la misma suerte que tu hermana.

Y la lleva al cuarto en donde está el pozo, la mata, la destroza y echa al pozo sus pedazos.

Al otro día viene el leñador a saber cómo están sus hijas; tira dulcemente de la col, y aparece el gigante y le pregunta que quiere.

– Nada, señor, me gustaría saber cómo están mis niñas.

– Pues, muy bien, hombre, muy bien. ¿Cómo pueden estar si no carecen de nada, y todo es suyo en mi palacio? Únicamente ahora que están juntas las dos, echan mucho de menos a su hermana y pensando en ella están tristes muchas veces. Si tú traes a ella, estarán completamente felices.

No quiere el pobre viejo perder también a la única hija que le queda, pero piensa que mejor estará en el palacio del gigante que en su casa y la lleva al campo al otro día y recibe otro bolsillo lleno de oro del gigante.

El gigante desaparece con la joven, la lleva a su palacio donde le da las mismas recomendaciones que ha hecho a sus dos hermanas, le da la llave y el anillo y se despida hasta la noche.

La tercera hermana es aún más curiosa que las dos mayores; pero es más lista que ellas: decide visitar en seguida el cuarto misterioso, pero se acuerda del empeño del gigante en que no se quite el anillo y por eso se lo quita y lo deja sobre una mesa. Después abre el cuarto y ve el pozo lleno de pedazos de hombres entre los cuales reconoce a sus dos hermanas. Sale del cuarto asustada, cierra la puerta, se pone el anillo en el dedo y empieza a ver las habitaciones del palacio. La mano negra también hace lo que la pide.